martes, marzo 02, 2010

Cabeza de marfil


Dos palabras: inseguridad e impotencia.
La primera no es noticia ni sorpresa, la capacidad de asombro se ha reducido a su mínima expresión. La violencia no es otra cosa que el símbolo del ser -que en nada se parece al deber ser-.
En una ocasión escribí ideas sobre lo no tipificado, pensé en muchos conceptos, pero hoy no temo ser asertiva al proponer nuevos e infamantes día con día; desconozco el verdadero nombre de la sensación al ser conminado y ver venir de frente a tu madre, quizá lo más cercano sea la impotencia, la amenaza o la advertencia; aún así no es todo, como tampoco es apatía la falta de ánimo para evitar un desajuste mayor o más violencia, en este país se llama "justicia".
En el caso de sentir temor por el otro y por la otredad, dejar de preocuparte únicamente por ti, no se llamaría ni empatía ni solidaridad, pero tampoco cesa esa necesidad tribal de bienestar, reconocimiento, amor y hasta cierto estado de naturaleza puro, pero ninguna de ellas me parece justa, a menos que se piense en la previa desacreditación de la academia de la lengua, institución con la que aún ahora conservo cierta afinidad.
Insisto en que una imagen doble no es un espejismo necesariamente. ¿De qué modo nombrar entonces la imagen viva - y quizá hasta poética en otra circunstancia- de un rostro blanco reflejado en el marfil? Lírica, quizá metáfora... Pero yo lo vi en su rostro enmarcado en un revólver plateado con la cacha de marfil y escuché el crujido del martillo en su sien.
Belleza blanca, insuficiencia, pena. Ese hecho en mi cabeza se registró como fotografía que a punto estuvo de ser plata sobre gelatina. A pesar de ser un interesante juego de palabras y puede parecerme hoy hasta creativo, ya no me es gracioso, más allá de odiarlo, por sí misma una risa evidenciaría una gran torpeza e indolencia.
Los días corren, no transcurren, las noches alteran. Quisiera escuchar tres palabras de "alguno" que logre tranquilizar mi ánimo, una vez y mil veces he escuchado "todo estará bien", es lo más falso que he escuchado.
Yo escribo, tú buscas un nuevo auto, temes llegar aquí, yo salir de casa y que alguien aguarde en el zaguán. Tengo miedo de quién pueda estar detrás del árbol o en la esquina de la calle. Los elefantes huyeron de África y se ahogaron en el Atlántico, pero no se salvaron de ser atracados, hasta aquí llegaron sus restos.

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