Tiene nombre y lleva desde el principio de los tiempos el mismo rostro;el móvil del amor, el miedo de perderlo todo y de perderte en nada.Se llama duele el grito que clama por tu voz, el deseo de esa posibilidad hendida en algunos de tus rincones que me necesitan y ahogan tus sueños.
No bastó una oración cada noche de tu vida, una súplica para tener tu miradaque grita que es mía. Se llama duele la necedad de vivir todo ese llanto que guarda tu alma y continúa negándote; se le da ese mismo nombre a la cobardía que no merece amor por quien concediste tu vida y con quien deseabas morir por las noches.
Duele pues sabemos que la fe no muere porque aún amamos y deseamos ocultamente volver a gustar del amor y acariciar un rostro aunque no nos atrevamos a nombrarlo, a llamar un beso por su nombre y pedirlo en los labios.Duele todo lo que no vivimos, toda ausencia, todo silencio y el anhelo que me mantiene aún más fuerte que dolor.
Duele la indiferencia y la materia... tus ojos que no me miran y tu conciencia que me retiene.Duele este lunar en mi cuerpo que nombraste tuyo y ahora es un tatuaje sin propietario.Sabes lo que me aflige, lo que me hiere, lo que me aterra, aún así permaneces lejos guardando esa distancia para tener algo entre las manos que sea mío impregnado de ti.
Protege un beso y una sonrisa, cuida el valor y la fuerza indispensables para conservar esa parte secreta en mí que siempre fue tuya junto con la luna y todo lo azul. Reserva en el mar, en lo más profundo y en una inmensa noche todo ese amor que muy pronto dejará de ser pena y será aliento que se convierte de nuevo en dos: el amor renovado que será en mí, que será en ti, mientras renueves una ilusión.
Duele esta esperanza que no muere y que tampoco deja vivir.